"Pueblo Originario"
Está instalado que cuando se habla de la gente
que vivía en América antes de la llegada de los europeos, se la
defina como “pueblos originarios” es decir los que estaban en el
origen.
Pero verdaderamente no se sabe si estaban en el
origen pues el mismo “origen” no se sabe cuando fue ni cómo. A
lo que se aludiría entonces con “originario” podría ser a quien
habitó un lugar lo mas antiguamente que se conoce, o desde cuando hay
cierto registro, lo que hace que su condición originaria sea
entonces relativa pues se desconoce si esa misma gente llegó de
algún otro lado en tiempos anteriores, quizás desplazando a otros
previamente afincados allí. Conclusión: ningún pueblo puede
declararse originario de un lugar específico.
En América, es curioso observar que al término
“pueblo originario” se le da un contenido puramente en relación
a la llegada de los europeos, y no tiene en cuenta los movimientos
previos que hubo entre los distintos grupos de habitantes americanos,
mudándose de territorios, migrando, conquistándose unos a otros, etc.
Con ello, el uso del acomodaticio término se reduce a diferenciar a
los que estaban en un continente cuando se produjo la llegada de otro
pueblo de otro continente, como si la sola presencia del océano
entre esos dos pueblos fuera condición suficiente para determinar
quien tiene derecho a habitar un lugar y quien no. Exagerando la
imagen sería lo mismo que decir que si uno se muda de ciudad o de
barrio, nuestro nuevo vecino afincado previamente tenga derecho, a
nuestra llegada, a reclamar todo el barrio como propio.
Pero no sólo en América ocurre esto sino que en
todo el mundo se pueden encontrar casos similares: el habitante de
cualquier lugar recela de la llegada de un extranjero. ¿Por qué
ocurre esto? Sugiero que porque nadie quiere compartir los recursos
locales con otros, a quienes considera que no tienen derecho a su uso y disfrute por no
haber nacido in situ. La pregunta que sigue es: ¿dónde está el
límite que determina quien es local y quien no? Hasta ahora esos
límites parecerían ser los político-geográficos, los religiosos,
los de costumbres, los idiomáticos,... todas cuestiones inventadas
por el hombre. Y además: ¿quién se atribuye el poder de fijar esos
límites y asi decir que “los de este lado” tienen derecho y “los
del otro lado”, no lo tienen? Otra vez el mismo hombre en la
figura de gobiernos, religiones y otros grupos de poder normalmente
muy identificados con alguna ideología social o cuestión sectaria
amparadas en el nacionalismo.
Pero observemos una foto de nuestro planeta
Tierra: no se ve ningun límite creado por el hombre, las tierras y
las aguas se funden en un sólo hogar lleno de maravillas para que
todos los seres vivos disfrutemos de una experiencia única hasta
ahora en el universo físico conocido: vivir; y aún mas: vivir
juntos.
No hay causas naturales que nos dividan, todos somos parte del mismo
pueblo originario que habita este planeta. Es cierto que vivimos en
distintos “barrios”, bajo distintas condiciones mas o menos
favorables para el desarrollo, pero justamente por eso todos gozamos
de una condición que nos permite -y nos exige al mismo tiempo- darle
un sentido a nuestra vida: la libertad.
Las causas de las divisiones humanas que nos quitan libertad han
estado desde siempre y aún están dentro de la mente humana. Una
mente tomada por pensamientos extremistas, que cual piquete
terrorista desvincula y genera divisiones, desconfianza, temor,
ansias de predominio y mareos de poder.
En la mente de los hombres hay pensamientos que dividen y
pensamientos que unen.
En la mente de los hombres hay pensamientos.
En nuestras mentes hay pensamientos.
La gran batalla por la libertad se libra en la mente de cada ser
humano de manera individual; entre el Mal que grita desesperado
buscando separarnos entre “ellos y nosotros”, entre pueblos
originarios y no-originarios, y el Bien que nos hace sentir, suave
pero insistentemente, que algo nos une entre los humanos, que somos
todos parte del mismo pueblo elegido, de una misma entidad, de una
misma cifra, del Uno.
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