"Lo ridículo de la vida"
Según los avances de la ciencia,
se sabe que hace varios miles de millones de años la Tierra no existía, ni por
supuesto el ser humano, pero sí el Cosmos, la interminable vastedad de lo
inmenso.
Parece ser que la Tierra tardó mucho en
formarse, y que necesitó millones de años para desarrollar vida, la vida más
elemental. Y luego de cientos de miles de años fue delineándose, progresivamente,
la figura del ser humano.
Hasta lo que somos hoy.
Y quién sabe cuánto nos falte
evolucionar todavía.
Para una humanidad actual a la
cual cien años le suena a mucho tiempo, hablar de un millón de años es algo que
está más allá del entendimiento general.
Intentemos comparar las cifras,
intentemos abarcar mentalmente el tiempo que representan…
Cien años…
Mil años…
Diez mil años…
Un millón de años...
Mil millones de años…
A esta idea de semejante tiempo
transcurrido en que aquí en la
Tierra pasaron tantas cosas la podemos cruzar con otra que la
amplía: la que nos sugiere pensar que en estos momentos puede haber procesos similares
de creación de vida desarrollándose en miles (por poner una cifra modesta) de
rincones del inimaginablemente inmenso universo. ¿En cuántos planetas estarán
ocurriendo ahora mismo las distintas etapas por las que pasó la Tierra en su formación?
Aunque a los hombres que
observamos esto desde nuestra ínfima escala temporal nos parezca todo inmóvil,
la actividad del universo es incesante, permanente.
Mientras tanta maravilla se
produce en simultáneo en esos ignotos rincones, los humanos hemos llegado a un
punto en que nuestra vida, ajena a estos procesos para la inmensa mayoría, se
consume mientras estamos ocupados en algunas cosas un poco particulares: los
vaivenes de la moneda y las acciones en la Bolsa; torneos con pelotas y redes; papeles que
indican lo que hay que pagar cada mes; luchas, gritos y manifestaciones
callejeras por diferencias de clase social; entretenimientos varios para por
fin destacarse de la multitud y ser objeto de admiración; debates sobre qué es y
qué no es arte o sobre la combinación de vestidos y peinados; pruebas de
motores veloces; dónde comprar mas barato; y un sinfín de situaciones que nos
ocupan a diario.
Por otro lado, desde hace unos
pocos milenios, la humanidad se somete a historias místicas que con alguna que
otra variante ordenan a sus creyentes qué comer o qué no en ciertas fechas
especiales, de qué modo vestirse, o aceptar hechos inverosímiles que ofenden a
la naturaleza y luego repetirlos sin pensar en su absurdo.
Fruto de su primitivismo, la
humanidad buscó una y otra vez la manera de imponer a los demás sus ideas-molde.
Hoy a esas ideas-molde se las puede observar buscando adeptos en los terrenos
de la política, de los movimientos sociales, de las competencias deportivas,
del consumo o del entretenimiento, siempre imponiéndonos la presión de formar
parte de un bando, sí o sí.
Y así, el ser individual, de
tantas imposiciones, quedó preso del conjunto, del colectivo, de la masa. Lo
ridículo de la vida es que está enajenada.
Volviendo a mirar al cielo, parte
de lo que hoy sabe la ciencia es que dentro de algunos miles de millones de
años el Sol, como toda estrella, como todo lo que vive, va a llegar a su fin y
como consecuencia la vida en la
Tierra se acabará. Y con ella se acabarán el comunismo, el
capitalismo, el Islam, el cristianismo, el Barcelona Futbol Club, el imperio
Trump, el coreano loco, la AFIP,
los paros de la CGT,
los shoppings, las autopistas, los casinos, las clases de pilates, los partidos
del domingo,…
Pero mientras todo eso pase, el asombroso
y fascinante ciclo de la vida habrá continuado su proceso imperturbable en
tantos otros lugares del universo, donde poco a poco, gradualmente, en algún
planeta se habrán ido formando las condiciones necesarias para la vida tal como
la conocemos o quizás como no la conocemos, al abrigo de su estrella cercana, y
de la imparable evolución natural que a nosotros nos ha traído hasta aquí y que
una y otra vez permitirá que los entes mas evolucionados, los seres mas
completos, sigan su camino hacia el por qué de las cosas…
German Raffetti Bourgaud
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