“Conversar: versar con…”
Qué lindo
disfrutar de una simple, distendida y fundamentada conversación. Hace poco
observé, a raíz de una situación familiar, las diferencias entre charlar,
hablar, y conversar. Evidentemente son distintos grados de la comunicación.
Pero me detuve en observar qué se necesita para lograr conversar con otra
persona, entendiendo este verbo como el sostener un intercambio de ideas,
opiniones fundadas y conceptos mas o menos dominados alrededor de un tema
disparador, y que permite a la postre que cada parte se sienta enriquecida con
el aporte ajeno.
Por
supuesto que para estar a la altura de esta pretensión, se tiene que contar con
un haber previo que sea factible de transmitir. Es probable que ese haber sea
totalmente ajeno a la persona, es decir, que quien habla se limite a repetir lo
escuchado o leído de otras fuentes con cero aporte personal, pero cabe también
que el interés puesto al escuchar, regado con las experiencias y vivencias propias
recogidas con los años, enriquezcan o sazonen un poco aunque sea, todo eso que
uno dice tan convencido.
Podría
decirse que la mayor parte del día se charla, se hablar sin pensar, en base a
las incidencias que ocurren alrededor o a lo primero que surge en la cabeza, o
bien se intercambia información útil al quehacer diario con palabras de momento,
prácticas de circunstancia o acotaciones de la noticia diaria, en lenguajes que
pueden ser domésticos, laborales, técnicos, coloquiales, etc, lo cual no quita
utilidad pues es necesaria la interacción… Pero participar de una conversación,
una verdadera conversación, es realmente algo de otro tenor.
En primer
término ha de contarse con tiempo, tanto tiempo que éste debería ser casi una
variable irrelevante, subjetiva y atada únicamente a la intensidad con que lo
pueda vivir cada cual. Al inicio, el tiempo no cuenta; al término, es eterno.
También
creo que una conversación debe ameritar cierta preparación, cierto calentamiento
interno para poder contar con una agilidad mínimamente aceptable en el diálogo,
que hagan que el interés y la calidez mutua vayan creando poco a poco un
ambiente agradable donde se cree una corriente de ondas de simpatía y unión
típicamente humanas.
Una
conversación necesita de un tema central, de una preparación previa de los presentes,
de un camino que recorrer y sobre todo del interés por aprender y por escuchar
lo que las otras bocas tienen para decir. Es muy agradable sentirse escuchado
con atención y es muy noble respetar y atender con verdadero afán de
aprendizaje lo que se escucha. Este diálogo debe indefectiblemente cumplir con
la regla de la elevación de miras, buscando que la inteligencia se vea usada
con lucidez al estar enfocada en no perder los puntos de contacto. Este
objetivo claro hará que no sea vacuo el tiempo utilizado en conversar.
Hay ámbitos
para conversar, qué duda cabe. Definitivamente no se lo puede hacer en fiestas
ni reuniones sociales numerosas, siendo por el contrario preferible pocas
personas y ambientes serenos y tranquilos. El que disfruta de la conversación
anhela esos momentos, puesto que escasean. Obstáculos tales como la
superficialidad, el apuro, los mensajes de texto, la timidez, el cigarrillo o
la falta de intereses en la vida, hacen que gente dispuesta a conversar y
preparada para ello sea hoy un bien que casi cotiza en bolsa. También es cierto
que el ritmo de la vida moderna no ayuda a discernir lo urgente de lo
importante, con lo cual nos pasamos el día ocupados en cumplir con las tareas
domésticas, sociales, académicas y laborales que nos reclaman.
Aun así, de
qué conversar? De los temas que a cada uno gustan, preocupan, inquietan, de lo
que se quisiera aprender, de lo que nunca se pudo entender pero que aun
fascina, la calidad de la temática puede variar infinitamente: relatos,
anécdotas, comprensiones, reflexiones, descripciones, inquietudes irresueltas,
etc, en suma, temas humanos de cualquier índole. Para ejemplo podemos poner
astronomía, mecánica, alquimia, química, sociología, historia, política,
psicología, cocina, arte, óptica, tecnología, educación, oficios, matemáticas,
inventos, uff…de mil cosas como intereses haya.
El punto en
cuestión para un buen acto de conversar podría decirse que es la buena
disposición de los presentes y el acuerdo tácito de no apartarse del tema
central. Nunca hablar de “bueyes perdidos”, ni dejarse arrastrar por las ramas
de temas secundarios. Disponerse con atención a percibir el camino que se va
deshilvanando tras indagar, preguntar y repreguntar, destacar los detalles,
dibujar las imágenes que surgen del conjunto, y asi saborear (si cabe el
término) las conclusiones que van surgiendo de la suma de puntos de vista o aun
de las divergencias.
Hace falta
también una dosis, lo intuyo, de pseudoperiodismo, para saber en medio del
diálogo, formular las preguntas necesarias que gesten palabras que poco a poco tomen
el vuelo necesario para lograr nuevas perspectivas y ver las cosas mejor que
antes. Y que esos nuevos puntos de vista, mas lúcidos, calmen primero y renueven
después la sed de saber sobre los temas en cuestión. Yo quiero eso.
Concibo al
artesano de la conversación como alguien que no puede dejar de hacerse
preguntas respecto de las cosas de la vida. Que observa, que reflexiona, que se
sorprende. Alguien que no ve con indiferencia vacuna lo que pasa ante sus ojos,
y se siente incómodo por lo que no comprende, ocupándose en algún momento de
resolverlo. A contraluz, el que “lo sabe todo” no puede conversar,
sencillamente porque no escucha, solo espera que el ocasional interlocutor
calle para seguir exponiendo su posición. Allí no florece la conversación,
crece como yuyo expansionista y poco generoso el discurso, la clase magistral o
en el peor de los casos la consabida perorata.
Brindo
entonces por todas esas personas con las que conversar es un dulce y gratificante
regalo de la vida. Personas que tienen cosas que contar porque lo han aprendido
de veras, que tienen ganas de escuchar ¡por fin! aquello que todavía ignoran, que
son capaces de leer entre líneas y de enseñar entre líneas, esas personas hacen
que un mero intercambio de sonidos combinados coherentemente, cuya clave
conocen emisor y receptor, se conviertan alquímicamente en una infinita
satisfacción a prueba del tiempo.
Brindo por
eso, por la próxima conversación.
German
Raffetti Bourgaud
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